ENTRADA 41: Smith mueve ficha. Pánico a contrarreloj.
ENTRADA 41: Smith mueve ficha. Pánico a contrarreloj.
Una mañana de finales de junio de 2008 alguien realiza una llamada desde algún tipo de instalaciones científico-militares que no aparecen en los mapas.
- Ya sabe los peligros a los que me expongo al contactar con ustedes de este modo.- Dice un hombre joven con tono preocupado.
-Lo sé, pero comprenderá que una operación de esta envergadura debe planificarse al detalle, una vez iniciada nada puede salir mal, o de lo contrario estaríamos ante un incidente diplomático de proporciones bíblicas.- Contesta su interlocutor a miles de kilómetros de distancia
-Yo pensaba que ustedes no cometían erres.
-Estas cosas no son tan sencillas como en las películas. ¿Sigue su viaje a Pequín programado para el mes que viene?- Pregunta su interlocutor con perfecto inglés americano.
-Sí, podré acudir al punto de encuentro, pero de todos modos nunca viajo sin vigilancia, sabe que soy demasiado… necesario.
-No se preocupe, usted aguante hasta el día señalado.
-Sólo espero que no hagamos tarde, el proyecto está casi finalizado, no se si podré entretenerles durante mucho más tiempo, creo que tienen planeado su uso a escala militar, es demasiado peligroso.
-Inteligencia está pendiente de todos sus pasos, no se preocupe, consíganos un poco de tiempo y pronto le sacaremos de allí señor Smith.
20 de junio de 2008, instalaciones del desierto de Gobi, China.
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Mientras Capoira, Estela y los demás atravesaban los túneles en dirección a la casa de su nuevo amigo, Carlos, Llovet y Juanky apuntalan a contrarreloj una puerta de madera rojiza en un intento desesperado por mantenerse con vida.
Habían escapado de la carnicería desatada en el polideportivo municipal. Había sido una masacre, cientos de personas hacinadas en un campamento improvisado, y antes de que se dieran cuenta, la infección se coló de lleno intramuros. Se les fue completamente de las manos.
Los supervivientes que escaparon de la brutal sangría corrieron en todas direcciones. Los tres amigos no fueron una excepción y consiguieron colarse en un patio un par de calles más abajo. Una vez dentro y relativamente a salvo del caos exterior, pidieron ayuda puerta por puerta a lo largo de toda la finca.
Nadie quiso abrirles. La mayoría ni se dignaron a contestar a los gritos de socorro de los jóvenes. Muchos pisos llevaban horas o días vacíos en un intento desesperado por parte de sus dueños de conseguir escapar.
A grandes males grandes remedios. Desprotegidos y sin ayuda ni cobijo, localizaron una vivienda aparentemente vacía, lograron entrar reventando la puerta a patadas y golpeándola con un extintor a modo de ariete improvisado. Naturalmente nadie iba a detenerlos por allanamiento, ni por escándalo público ni nada de lo que se consideraba legal unos días atrás.
Los soldados que aún quedaban con vida, bastante tenían con velar por su propia piel como para hacer cumplir las normal en cuestiones que de repente se habían convertido en habituales. La ley del más fuerte se había extendido como la pólvora.
Después de proporcionarse un refugio y bloquear la maltrecha puerta de entrada, saquearon algo de comida de los estantes de la cocina. El bombardeo les cogió tan por sorpresa como a los pocos supervivientes que aún quedaban en Finestrat. Los que no habían huido o estaban muertos o se habían convertido en una legión de seres de pesadilla. Mutilados. Sanguinolentos.
Las pesadas bombas cayeron de forma dispersa, repartiendo destrucción aleatoriamente en el entramado de calles y edificios. Extrañados por el estruendo repentino que escucharon se lanzaron hacia la ventana para ver lo que ocurría. No llegaron a asomarse, un cañonazo como salido del mismo infierno hizo estallar en mil pedazos todos los cristales de la calle.
Cayeron al suelo asustados y aturdidos por la onda expansiva, con los ojos cerrados por las punzadas de los vidrios y la polvareda que se había levantado. Apenas fueron capaces de ver como se movían las lámparas, como se caían los libros de las estanterías, como se desprendía parte de la fachada y se precipitaba al vacío, directamente sobre un par de coches que aún esperaban dormidos la vuelta de sus dueños.
Tuvieron suerte. Muchas otras construcciones, alcanzadas de lleno por las explosiones, colapsaron sobre sí mismas y se derrumbaron como simples castillos hechos con cartas, sepultando entre su estructura de hierros retorcidos cualquier ser humano o no humano que estuviera dentro.
Pero el ataque también dejó a muchos infectados de una pieza, si bien es cierto que redujo su número, también decrementó el de supervivientes a los que acosar. En ese momento, aún aturdidos, cubiertos de polvo y llenos de rasguños se asomaron para tomar conciencia de lo que había ocurrido. Fue entonces cuando una de esas cosas, que permanecía inmóvil de pie en medio de la calle, se giró hacia ellos y miró hacia arriba. Directamente a su ventana.
Se dieron cuenta demasiado tarde, de algún modo, o tal vez por alguna remota casualidad, se había girado justo hacia donde los tres amigos contemplaban un paisaje urbano digno de película bélica, de las que no reparan en gastos.
Como atraída por un imán o por un influjo misterioso corrió hacia la entrada del edificio. Sorteó los cascotes y los coches. Arremetió contra la puerta del patio. El escándalo era como un reclamo en el profundo silencio que reinaba tras ataque aéreo. En cuestión de minutos, una docena de criaturas de diferentes sexos y edades subían aullando escaleras arriba. Directas a por su comida, pero los tres amigos aún estaban dispuestos a seguir peleando por sus vidas.